CARMAN



En agosto del año 1988, salimos de Canarias para ir a los Estados Unidos con el propósito de estar en Texas durante un año, visitando iglesias, recaudando fondos para regresar a Canarias otra vez. Decidimos tomar unos días de vacaciones e incluimos varias paradas en el viaje.


De Las Palmas de Gran Canaria a Madrid. Luego de Madrid a Brúcelas. De Brúcelas a Luxemburgo. De Luxemburgo a Islandia. De Islandia a Nueva York y de Nueva York a Dallas.


La idea era de aprovechar el viaje y crear instancias para que los niños puedan tener una “aventura” inolvidable. Y así fue. No lo teníamos previsto, pero todo el viaje fue una aventura inolvidable.


El trayecto de Las Palmas a Madrid fue normal. Pasamos la noche en el centro de Madrid, en un típico hotel. Aprovechamos el tiempo para pasear por Plaza España, el paseo de la Castellana, comer unas “tapas” cerca de la Puerta del Sol, vitrinear en los negocios donde los de más dinero hacen sus compras.


El dia después salimos de Madrid rumbo a Brúcelas, un viaje que se nos antojaba corto y sin ninguna emoción. Como una hora después de salir del aeropuerto de Barajas, se nos anuncia que estamos descendiendo para aterrizar en Brúcelas. Yo había hecho este trayecto en varias ocasiones y me llamó mucho la atención lo breve del viaje y la forma cómo el avión perdía altitud rápidamente. De hecho, las azafatas estaban muy nerviosas, dando instrucciones de que nuestro cinturón de seguridad esté apropiadamente ajustado y una y otra vez nos instruían para el aterrizaje, haciendo énfasis que todo equipajede mano tenía que estar bien resguardado. Yo miraba por la ventanilla y no veía el aeropuerto de Brúcelas, pero sí vi un aeropuerto pequeño. Finalmente, como en las películas de guerra, el avión bajó su “nariz” y aterrizamos bruscamente.


Mientras todavía el avión se movía, el capitán salió de la cabina dando instrucciones que salgamos del avión de inmediato. Que no llevemos nada con nosotros. Obviamente, el pánico cundió en el avión y todos nos levantamos buscando una salida de emergencia, las cuales habían sido abiertas por la tripulación. Estábamos cerca de una y fuimos entre los primeros en salir del avión.


En la pista nos encontramos con policías que nos instaban a que nos alejáramos lo más posible del avión. Vi a Sharon llevar a Sandra de la mano. Italo estaba detrás de mí pero no podía hallar a mi hijo Bruno. No había bajado del avión. Desesperado, desoí las instrucciones de la policía y volví a entrar en el avión, peleándome con los pasajeros que todavía estaban evacuando el mismo. Sabía donde se había sentado Bruno, así que fui directamente a su asiento y lo encontré de rodillas en el suelo, buscando algo debajo del asiento. “¿Que haces?” le pregunté algo nervioso. El, muy calmadamente me contestó: “Estoy buscando mi casete de Carman que se me cayó”. No estaba dispuesto a bajar del avión sin su casete, a pesar del pánico alrededor suyo. Lo tomé del cuello de su chaqueta y lo arrastré fuera del avión.


Minutos después supimos que el avión tenía una bomba en una de las maletas y que el piloto fue advertido y aterrizó en la primera pista que encontró, en las afueras de la ciudad de Lyón, Francia. Meses después le conté este episodio a Carman y juntos nos reímos de la ocurrencia de mi hijo. Pensé que esa aventura iba a ser todo, pero me equivoqué.


En la siguiente entrega de este blog, le cuento lo que nos sucedió en el resto del viaje.