CARA DE CABALLO

Hace muchos años, cuando yo era niño, llamaron urgente a mi papá para solucionar un problema en una de las iglesias cerca de la ciudad de Santa Cruz, Bolivia. Aparentemente, un miembro de esa iglesia había donado el dinero para comprar la mitad del techo del templo.


Con el pasar de los años, el hermano se enojó con el pastor y amenazó con irse a otra iglesia y llevarse la mitad del techo. Vanas fueron las excusas y las palabras del pastor. Este hombre se iba y se llevaba consigo medio techo.

Desesperados, llamaron a mi papá.

En la reunión convocada para tocar este tema se hallaba la congregación en pleno, los dignatarios de la iglesia, el pastor y mi papá. Procedieron a explicar con detalle el caso y finalmente, mi papá tuvo la oportunidad de dirigirse a la asamblea.

Sus primeras palabras fueron: “¿Quién es el cara de caballo que quiere dejar la casa de Dios sin techo?” Nadie esperaba que un pastor dijera esas palabras y con tanto énfasis.

El silencio sepulcral fue hecho añicos cuando el culpable se puso de pie y con lágrimas en los ojos, entre sollozos, pidió perdón a Dios y a los presentes y prometió no llevarse el techo y no irse de la iglesia.

Mi papá siempre ha sido una persona muy elocuente.

FELIZ NAVIDAD

No sé porqué, pero cada navidad, me invade un sentimiento de melancolía. No recuerdo tener una “mala” navidad en toda mi vida y aún así, me siento melancólico y esto me sucede cada año.

En estos días me he estado recordando navidades de mi niñez. En forma especial, vienen a mi memoria las navidades que pasé en Italia, cuando tenía unos 10 años de edad, en casa mi abuela materna, la nonna Aurora.

En esos tiempos, ella vivía en una casa enorme, de 4 pisos de alto, que todos la conocían como la “villa Aurora”, en la calle Brénnero, 11, en la ciudad de Sondrio, en el norte de Italia. Recuerdo su enorme jardín y la nieve cayendo de tal manera que producía un silencio inusual.

Llegaba el momento de los regalos y como era su costumbre, ella me regalaba libros. Por mucho tiempo lo consideré algo inusual y hasta en cierto modo, indebido. De hecho, lo llegué a considerar como algo cruel. Todos mis amigos recibían juguetes y cosas interesantes, pero yo recibía unos libros. Año tras año fue igual. Recuerdo sentir algo de desilusión y hasta un cierto desengaño. ¿A quien se le ocurre regalar a un niño de 10, 11 años libros para navidad? Solo mi abuela podía tener tal “brillante” idea.

Con el pasar de los años llegué a entender la estrategia de esta hermosa e inteligente mujer. Con sus regalos de navidad, yo he navegado 20.000 leguas bajo el mar. He ido al centro de la tierra. Viajé de los Alpes a los Andes. Conocí personajes importantes, como el Rey Arturo, Ivanhoe, el Conde de Montecristo, Robinsón Crosué y muchos otros.

Sus regalos produjeron en mí una pasión por la lectura. No concibo una vida sin libros. No concibo un día sin leer algunas páginas de un libro que me lleve a otro nivel, que me inspire, que haga que mi imaginación viaje a la velocidad de la luz.

Gracias, nonna Aurora por regalarme para la Navidad algo que ha perdurado por toda mi vida. Los juguetes que recibían mis amigos ya no existen, pero el regalo tuyo perdura en el tiempo.

¡Feliz Navidad a todos!

UNA HISTORIA DE AMOR

La conocí un domingo, hablamos de pasear, le pregunté su nombre y muchas cosas más, dice una canción de Leo Dan.


Su larga cabellera, su sonrisa fácil, llena de vida, llena de energía. Donde quiera que estuviera, radiaba. Era difícil no notar su presencia.
Al conocerla mejor, uno nota su carácter positivo, su intenso amor al Señor y un llamamiento al ministerio que arde en sus huesos.

Fue fácil enamorarme de ella y a los pocos meses de noviazgo, proponerle matrimonio. El 18 de Diciembre de 1971, Sharon y yo nos presentamos ante Dios para pedir que bendiga nuestro matrimonio.

36 años después, doy gracias a Dios por esta hermosa y valiente mujer. Dios nos bendijo con tres hijos increíbles. Bruno nació en las alturas de Bolivia, mientras que Italo nació en las Islas Canarias y Sandra, en Texas. Todos ellos sirven al Señor fielmente y nos han dado 4 nietos: Isabella y Anthony, que son hijos de Bruno y Heather; Annabelle, hija de Italo y Amy y Cesar Alfonzo, hijo de Sandra y Cesar.

Con el pasar de los años, Sharon se transformó en mi compañera inseparable. La armonía, la paz, el equilibrio que siento en mi corazón al estar a su lado, lo bien que lo pasamos juntos, aún en los viajes largos que nos han tocado en los últimos años, es un refrigerio para mí. Me siento tan bendecido.

Es la madre de mis hijos, es la abuela de mis nietos, es mi esposa, pero sobre todas las cosas, es mi gran amiga. Mi amiga del alma.

¡GRACIAS DIOS POR ESTOS 36 AÑOS!

MI PRIMERA IGLESIA

Rebuscando entre las fotos, encontré la foto de la primera iglesia que, juntamente con Edgar García Rocha, empezamos en el año 1966, en la calle Pedro Domingo Murillo, en la ciudad de La Paz, Bolivia. Solo tenía 16 años cuando me lancé en esta aventura ministerial.

El local que escogimos había sido previamente una carnicería. Las paredes, el piso, hasta el techo estaban manchadas con sangre y otras cosas más que nunca pudimos descifrar.

Durante varios días estuvimos raspando, reparando y pintando el salón. Tenía que ser presentable, ya que iba a ser un sitio de adoración a Dios. Luego, sigilosamente, nos “prestamos” unas bancas de la iglesia de mi padre. En ese tiempo, mi papá, Bruno Frígoli, era pastor del Centro Evangelístico de las Asambleas de Dios, en la calle Alto de la Alianza.

Dios nunca nos muestra su plan completo. Dios tiene un plan que supera nuestra imaginación. Uno se lanza por fe y en obediencia, sin poder ver la totalidad de su plan. Con el pasar del tiempo, llegó el momento de ir a estudiar a la universidad en Texas, Estados Unidos. Buscando a quien dejar la iglesia, me encontré con un joven ministro peruano. El accedió hacerse cargo de la congregación. Durante varios años, desde los Estados Unidos yo mandaba un dinero mensual para ayudarlo financieramente. Pasaron los años, yo me casé y nunca más volví a esa iglesia, a pesar que estuve en La Paz por otros dos años después de graduar de la universidad.

Unos 20 años después, en una conferencia misionera en la ciudad de San Antonio, Texas, me encontré con el superintendente de las Asambleas de Dios de habla hispana, de la costa oeste de los Estados Unidos. Yo no lo reconocí, pero él sí a mí. Se me acercó y emocionado me abrazó. Yo lo miraba pensando, “¿Quién es este hombre?” Me dijo: “me llamo Daniel Támara” y me explicó el cargo que tenía. Finalmente me dijo: “Italo, tú no me recuerdas, pero yo soy el que tomó tu iglesia en La Paz cuando te fuiste a estudiar a la universidad. Durante tres años me mandaste todos los meses dinero suficiente para que pueda yo vivir y seguir ministrando. Hoy, el Señor me ha prosperado y tengo un cargo importante aquí, en los Estados Unidos. Quiero darte las gracias por abrirme esa puerta. Estoy en el ministerio gracias a ti”.

Cuando uno sirve a Dios, entra en una aventura que nadie sabe cómo ha de terminar. Nada se iguala a la adrenalina de seguir a Dios.

EL DIA DESPUES


Un amigo mío vino a vernos en varias ocasiones cuando vivíamos en Las Palmas de Gran Canarias, España. Es un gran predicador, muy intenso en su participación, esforzado y siempre dando el 100% de si mismo.

Sin embargo, el día después, caía en una profunda depresión. Se quedaba encerrado en su habitación, con la luz apagada. Al principio, cuestionaba lo que le sucedía, pensando que talvez era demasiado el contraste.

Con el pasar de los años, fui entendiendo lo que le pasaba. De hecho, he empezado a identificarme con sus sentimientos. No es que uno sea más viejo y por consiguiente, menos fuerte, sino que la carga espiritual comienza a ser más pesada. Uno es más sensible al Espíritu y la presencia de Dios en el culto siempre exige mucho esfuerzo físico.

Poco a poco, los días lunes terminaron siendo días en los cuales necesito sacarme de encima la adrenalina del día anterior.

Nunca ha sido fácil para mí predicar. Siempre ha sido un proceso de preparación previa de muchas horas de estudio, de búsqueda, de lectura, de estar a solas con el Padre, de buscar su rostro, de discernir su voz.

Creo en la excelencia detrás del púlpito, de estar preparado en todos los sentidos, lo que incluye obviamente y primeramente, en lo espiritual, pero también que Dios exige de un predicador que esté debidamente preparado.

Hoy, nuestras congregaciones son más y más informadas y sofisticadas y requieren un alimento espiritual más contundente. No es que cambie uno el mensaje, sino que uno debe estar muy atento a que la presentación del mismo sea entendida por los oidores.

Así que, los lunes es muy probable que no conteste el teléfono, que no me interese salir de casa, que no tenga la intención de encontrarme con alguien.

Es mi día de digerir lo predicado, de revivir el culto (parecido a un jugador reviviendo el partido que jugó el fin de semana), de autocrítica y de empezar la dura tarea de preparar el siguiente mensaje para mi congregación.