Rebuscando entre las fotos, encontré la foto de la primera iglesia que, juntamente con Edgar García Rocha, empezamos en el año 1966, en la calle Pedro Domingo Murillo, en la ciudad de La Paz, Bolivia. Solo tenía 16 años cuando me lancé en esta aventura ministerial.
El local que escogimos había sido previamente una carnicería. Las paredes, el piso, hasta el techo estaban manchadas con sangre y otras cosas más que nunca pudimos descifrar.
Durante varios días estuvimos raspando, reparando y pintando el salón. Tenía que ser presentable, ya que iba a ser un sitio de adoración a Dios. Luego, sigilosamente, nos “prestamos” unas bancas de la iglesia de mi padre. En ese tiempo, mi papá, Bruno Frígoli, era pastor del Centro Evangelístico de las Asambleas de Dios, en la calle Alto de la Alianza.
Dios nunca nos muestra su plan completo. Dios tiene un plan que supera nuestra imaginación. Uno se lanza por fe y en obediencia, sin poder ver la totalidad de su plan. Con el pasar del tiempo, llegó el momento de ir a estudiar a la universidad en Texas, Estados Unidos. Buscando a quien dejar la iglesia, me encontré con un joven ministro peruano. El accedió hacerse cargo de la congregación. Durante varios años, desde los Estados Unidos yo mandaba un dinero mensual para ayudarlo financieramente. Pasaron los años, yo me casé y nunca más volví a esa iglesia, a pesar que estuve en La Paz por otros dos años después de graduar de la universidad.
Unos 20 años después, en una conferencia misionera en la ciudad de San Antonio, Texas, me encontré con el superintendente de las Asambleas de Dios de habla hispana, de la costa oeste de los Estados Unidos. Yo no lo reconocí, pero él sí a mí. Se me acercó y emocionado me abrazó. Yo lo miraba pensando, “¿Quién es este hombre?” Me dijo: “me llamo Daniel Támara” y me explicó el cargo que tenía. Finalmente me dijo: “Italo, tú no me recuerdas, pero yo soy el que tomó tu iglesia en La Paz cuando te fuiste a estudiar a la universidad. Durante tres años me mandaste todos los meses dinero suficiente para que pueda yo vivir y seguir ministrando. Hoy, el Señor me ha prosperado y tengo un cargo importante aquí, en los Estados Unidos. Quiero darte las gracias por abrirme esa puerta. Estoy en el ministerio gracias a ti”.
Cuando uno sirve a Dios, entra en una aventura que nadie sabe cómo ha de terminar. Nada se iguala a la adrenalina de seguir a Dios.